En la calle no
hacía excesivo calor. Llevaban varias semanas internándose en un otoño que
parecía dispuesto a disfrazarse de invierno y las bufandas recorrían las calles
más de lo habitual en aquellas fechas. Aquel extraño frío, junto a una
madrugada que estaba lejos de terminar, confería a aquellas cuatro de la mañana
un entorno británico y nebuloso.
La habitación se
iluminaba con los destellos que llegaban de una farola en la calle, y bajo la
tenue luz, a él sólo se le antojó desaparecer bajo el sujetador que descansaba
en una esquina junto a la puerta. Giró su cabeza y la observó, tendida a su
izquierda, con un pecho asomando bajo las sábanas, y sintió un tenue calor haciéndose
dueño de su entrepierna.
Comenzó a acariciar
la montañosa formación, hasta sentir bajo sus dedos cómo se erizaba un pezón
hasta entonces dormido. Jugueteó con él durante un instante, contemplando su
paulatina transformación y sintió, a la vez, que una repentina presión
comenzaba a tirar del pantalón de su pijama.
Se incorporó despacio,
cambiando de postura para evitar la incomodidad y se acercó a ella suavemente.
Juntó su cara junto a la suya hasta percibir en su mejilla la acompasada
respiración que indicaba que seguía dormida.
Sin cambiar de
postura, comenzó a descender hasta llegar a la puntiaguda formación que parecía
haberse paralizado a la espera del regreso de sus manos. Sin intención de
decepcionarla, acercó su boca suavemente y comenzó a acariciarla con su lengua,
dándole forma y moldeándola a su antojo hasta que terminó de introducirla del
todo en su boca.
La tensión entre
sus piernas aumentaba a pasos agigantados y él sólo podía disfrutarlo.
A la vez que sus
labios se entretenían, su mano encontró recreo al asirse de la estructura
paralela que había reclamado atención asomando bajo la tela.
Mientras se dejaba
llevar y sentía desaparecer todo lo que le rodeaba, sintió de pronto que una
mano presionaba su nuca y elevó la mirada para encontrarse con sus lascivos
ojos que parecían llevar horas despiertos.
Al manosear los
turgentes pechos, recorrió cada recoveco de su vientre con los labios mientras
ella se enredaba en las ondas de su pelo, gimiendo suavemente.
Subió con su lengua
hasta llegar al aterciopelado cuello, donde se perdió entre las hipérboles de
sus pliegues. Lo saboreó hasta extasiarse, creciéndose conforme aumentaba la
frecuencia de los suspiros y gemidos.
Avanzó más, hasta
llegar a su boca, donde se adentró en un beso tan húmedo como el océano y se
entregó al placer de la correspondencia.
Mientras se amalgamaban
en aquella unión, sintió de pronto que una mano delicada y femenina se
adentraba en sus pantalones.
Abrió los ojos para
encontrar los de ella clavados en él, gritando lujuria con cada fibra de su
pupila, devolviéndole la sonrisa más cómplice de la historia.
A la vez que avanzaba
en su entrepierna, le empujó con suavidad para liberarse de la presión de su
cuerpo. Siguió besándole, arrancándole furiosa el pantalón que poco a poco
había ido tensándose más y más. Una vez tuvo libertad de movimiento, envolvió
con su mano el rígido miembro que había alcanzado su máximo esplendor.
Desvió la atención
de su boca al lóbulo de su oreja, haciéndole estremecer con cada contacto de su
lengua y poco a poco descendió por sus caderas, cediéndole su mano todo el trabajo
a sus labios.
Las oscilaciones
constantes de su cabeza le relajaban haciéndole consciente de cada una de las
reacciones de su cuerpo ante la constante estimulación a la que la muchacha le
sometía con sus manos, su boca y su pelo.
Su respiración se
había vuelto más pesada e intensa, y movía su cuerpo al ritmo de los
movimientos de su lengua.
Ella comenzó a disminuir
el ritmo de sus movimientos hasta cambiar su postura por completo, apoyando una
rodilla a cada lado de su cintura y acercando su rostro al suyo, se reclinó
sobre sus manos y susurró a medio milímetro de su oído aquella necesidad
transformada en orden.
Al oído de aquella
solitaria palabra, él la elevó con sus brazos hasta situarla bajo su pecho,
abriéndole las piernas y situándose entre ellas.
Y convertir el
otoño en verano nunca fue tan sencillo como lo fue para ellos aquella
madrugada.