Es más bonita que el universo cuando se
quita la falda y me mira a los ojos.
Yo me corro formando una vía láctea entre
sus sábanas y le
digo que quiero oírla gritar.
Me sumerjo en la marea de su entrepierna y
sonrío.
Otra vez.
Se cuelga de mi cuello como si yo fuese una
cebra
y ella una hiena hambrienta.
Me gusta.
Porque sus uñas se clavan en mi nuca y
recorren mi espalda
con un escalofrío.
Y muerde mi pómulo mientras exhala un
sonoro gemido.
Se le ponen los ojos en blanco y se
retuerce en un colchón de 1.90
agarrándose a las sábanas y lanzando
cojines al aire.
Yo veo su vientre moverse.
Arriba.
Abajo.
Arriba.
Y pienso, entre otras cosas, que no debería
ser legal estar tan cachondo
ni ser tan guapa como ella.